Protocolo de Kioto: ¿de qué se trata?
Protocolo de Kioto: ¿de qué se trata?
Es un acuerdo internacional, que tiene por objetivo reducir las
emisiones de seis gases de efecto invernadero que causan el
calentamiento global.
En el año 1997, un grupo de países nucleados en la Convención de las
Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, firmaron un acuerdo en Kioto
(Japón), en el cual se comprometían a reducir la emisión de gases de
efecto invernadero de forma significativa para el pasado 2012.
En ese momento, la importancia de la decisión recayó
principalmente sobre los países más industrializados del mundo (EEUU,
China, la Unión Europea, Rusia, Japón, Australia, Corea del Sur, Nueva
Zelanda y algunos otros).
A partir de ese momento, el Protocolo de Kioto ha sido la
fuente de incontables artículos (algunos en defensa, otros atacándolo)
ya que es la única seria y global de una buena parte de los países del
mundo para luchar de forma conjunta contra los efectos negativos del
cambio climático, con efectos vinculantes y multas en caso de no
cumplirse.
Hablando en concreto, muchos de estos países se
auto-obligaban, mediante el firmado de este tratado, a ralentizar el
aumento de sus emisiones de gases de efecto invernadero, o bien
directamente a reducirlas, tomando como punto de referencia el año 1990,
en valores que oscilaban alrededor del 5%.
El acuerdo fue ratificado por todos sus firmantes y entró en
vigor, de forma vinculante para sus miembros, en 2005. Sin embargo, es
notorio el caso de Estados Unidos, ya que si bien firmó el tratado en
1997, el senado del país nunca ratificó el acuerdo por lo cual el mismo
nunca entró en vigencia en ese país.
Esto es particularmente grave ya que Estados Unidos es el
segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero en el mundo
(únicamente después de China), y el mayor en términos de emisiones per
cápita (sin contar algunas excepciones de países poco poblados). Es
decir, Estados Unidos es quien contribuye de forma más drástica a las
emisiones de gases de efecto invernadero en nuestro planeta, y también
es uno de los países que menos está haciendo al respecto de forma
explícita.
Así es que, lamentablemente, como todos compartimos un único
planeta Tierra y el clima no conoce de fronteras demarcadas por el
hombre, los esfuerzos de cambio por parte de unos países repercuten en
los demás, y también la falta de esfuerzos.
Para entender este ejemplo mejor, podemos comparar los caso de
China y Estados Unidos (los dos principales emisores) con nuestro país.
Si bien nuestro país está en vías de desarrollo y por ende cuenta con
recursos limitados al respecto, ratificó el Protocolo de Kioto, por lo
cual se auto-obliga a cumplir los estándares fijados de reducción en las
emisiones de gases de efecto invernadero. Esto es así para una buena
parte de los países del mundo, aunque los objetivos fijados para cada
país varían de forma importante de acuerdo a la situación económica
global del país y al grado de contribución porcentual de este país
respecto de las emisiones totales.
China es responsable de 30% del total de emisiones globales, y
cuenta con un promedio de emisión de 7,6 toneladas por habitante (este
es el indicador utilizado a nivel global para medir las emisiones per
cápita). Estados Unidos representa el 15% del total de emisiones
globales pero cuenta con un promedio de emisión de 16,5 toneladas por
habitante. Nuestro país es responsable del 0,6% de emisiones globales y
cuenta con un promedio de emisiones de 4,5 toneladas por habitante.
Esto indica que, aunque hagamos muchos esfuerzos y reduzcamos
nuestras emisiones al mínimo, esto no tiene mucho efecto a nivel global
cuando las emisiones de gases de los países que más contaminan continúan
aumentando. De hecho, Estados Unidos emite más cantidad de gases de
efecto invernadero que todo el resto del continente Americano combinado.
A nivel global, los únicos países que han hecho avances
significativos en la materia son los miembros de la Unión Europea (entre
los que destacan Francia y Alemania, por ejemplo, por tratarse de
países altamente industrializados y densamente poblados) y Rusia, que si
bien cuenta con menores recursos y una enorme extensión territorial,
cuenta con indicadores positivos en todos los rubros medidos.
Así es como también decepcionan los casos de otros países
industrializados y significativos como Australia, Japón, Nueva Zelanda y
sobre todo Canadá. Ninguno de estos países logró avances de importancia
durante los últimos 20 años, mientras que de hecho Canadá renunció al
acuerdo de forma preventiva por miedo a sanciones.
En definitiva, todo esto nos sirve para ponernos en tema de
forma un poco más global de la situación mundial del trato de emisiones
de gases de efecto invernadero, la cual lamentablemente no es muy
promisoria.
Luego de 20 años de charlas al respecto, de muchas
convenciones, acuerdos firmados y ratificados, y de muchos países
comprometidos en esta lucha, la verdad es que los países que han hecho
mayores avances en la materia son aquellos que menor impacto tienen en
el problema a gran escala.
Así es que el panorama no es muy alentador en lo que a cambio
climático se refiere, a menos que sobrevengan cambios profundos a nivel
político y paradigmático, particularmente en los países que más
contribuyen a la problemática (China, Estados Unidos, y también otros
más subdesarrollados pero industrializados y densamente poblados como
Brasil, México e India).
El actual esquema de las cosas, con una economía global
capitalista basada en modelos de globalización y consumo en continuo
aumento no ayuda mucho en esta lucha, ya que las industrias que forman
parte de este modelo son en gran medidas las principales responsables,
por no encontrar vías sustentables de realizar las actividades que el
hombre requiere.
Entre estas industrias, citamos puntualmente la energética, de
transporte y alimenticia, ya que son los campos en los que se debería
(y se puede) hacer mayores avances, pero el statu quo del petróleo y el
modelo agroganadero no lo permitirá mientras que las compañías dueñas
del modelo sigan teniendo réditos financieros descomunales en el
proceso.
No debería extrañarnos que fuera en parte gracias a todo esto
que iniciativas como el Protocolo de Kioto no prosperen demasiado,
cuando las manos que tienen poder para hacer algo son las mismas a
quienes realmente más les interesa que las cosas sigan como están.
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